“El día que papá no volvió” 

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Por: Sara Lía Araiza Mejía 

Había una vez, en un desierto del medio oriente, de esos en los que las princesas que lucen elegantes turbantes son rescatadas y los cuentos vuelan con el aire caliente, una comuna de zorros. 

La comuna se encontraba protegida por enormes cactus y plantas espinosas, los zorros vivían en madrigueras cavadas en la arena rojiza. Todos se cuidaban entre sí: cazaban juntos, criaban a sus cachorros en comunidad y contaban historias bajo las estrellas. 

En una de estas madrigueras vivía una zorrita llamada Amira, junto a su mamá y su papá. Aunque su vida era corta todavía, Amira era muy feliz. Su padre siempre llegaba con los ratoncitos más deliciosos y su madre le contaba las historias más mágicas antes de dormir: cuentos de princesas del desierto, de flores que crecían sin agua y estrellas que guiaban a los viajeros. 

Amira se sentía como la zorrita más querida de todo el desierto. 

Una mañana, como de costumbre, Amira salió a jugar con sus amigos. 

-Amira, hijita -le dijo su madre antes de salir-, diviértete con tus amigos y recuerda regresar antes de que caiga el sol. 

-¡Sí mami!  

Jugó y jugó, cazando presas invisibles y saltando en la arena. Pero cuándo el sol comenzó a esconderse, Amira se despidió de sus amigos. No quería perderse la cena. 

De camino a la madriguera, Amira no dejaba de pensar en lo que traería papá esta vez: ¿ratones gorditos? ¿los huevos que tanto le gustaban? 

Mientras más lo pensaba, más le gruñían las tripas del hambre. 

Pero al llegar a la madriguera, todo estaba diferente. 

No olía a cena recién cazada. No escuchaba a su papá contando historias de caza. 

-¡Mami! ¿Dónde está papi…? -preguntó Amira al ver a su madre entrando a la madriguera. 

Su madre dejó en el suelo de la madriguera un puñado de escarabajos brillantes, y aunque Amira prefería otras cosas, decidió probarlos sin decir nada. 

-Hoy papi no se encargó de la cena, pequeña -dijo su madre cansada-. Pero desde hoy en adelante, yo me haré cargo de eso. 

Amira no dijo nada. Comió, aunque los escarabajos no le gustaban tanto. Su mamá no le contó cuento esa noche. Se recostaron juntas, el calor del cuerpo de su papá no estaba. Y aunque quería preguntar, Amira guardó silencio. 

Los días pasaban y la madriguera estaba más callada. Su mamá llegaba tarde. Amira jugaba menos, aunque sus amigos la invitaban, ella prefería quedarse. 

Amira estaba profundamente triste, no entendía que era lo que había ocurrido y tenía miedo de que su madre se enojara con ella si le pedía explicaciones o peor aún, descubrir que Amira misma era la causante de la ausencia de su papá. 

Un día, cuando se encontraba triste y sola en la madriguera, escuchó los pasos de su mamá acercándose a ella. 

-Amirita, hijita… 

Ella la llamó y fue sorpresa para la pequeña zorrita, pues su madre llevaba días sin hablarle con tanto cariño. 

-¿Mande, mami?  

Amira se acercó a su madre, las dos se recostaron en el suelo arenoso, había olvidado como se sentía que su mamá le diera cariñitos lamiendo detrás de sus orejas. 

-Cuándo era pequeña, también un día dejé de ver a alguien que quería mucho. Incluso creí que había sido mí culpa, pero no lo era. A veces los adultos se van sin explicar, no es bueno que hagan eso, pero tú no hiciste nada malo Amirita, tu querías mucho a tu papi. 

Amira seguía sintiéndose triste. 

-¿Y si mi papi ya no me quiere…? 

Su mami sonrió con confianza, de esas sonrisas que siempre le hacían sentir que todo estaba bien, incluso si no pudiera creerlo. 

-El amor de los padres no desaparece, Amirita -sus palabras resonaron en sus orejas con la dulzura del viento del desierto-. A veces se pueden alejar, pero el amor sigue ahí, brillando como una estrella en el cielo. 

Un profundo calor inundó el corazón de la pequeña Amira. 

Aunque estaba muy triste y aún no entendía porque su padre se había ido, ahora entendía que la seguían amando y que, aunque la vida había cambiado, todo estaría bien. 

-Sé que las cosas han sido muy diferentes, pequeña, pero, aunque tú papi ya no esté, yo te amo con todo mí corazón y te cuidaré por siempre. 

-Yo también te amo mami. 

Amira volvió a sentirse feliz, segura de que todo iba a estar bien. 

-Pequeña Amira, quiero que vuelvas a ser feliz, que juegues con tus amigos y sigas explorando el desierto. 

Desde ese entonces, Amira volvió a salir a jugar con sus amigos en la arena y aunque a veces la puesta de sol le recordaba a su papá, cuando el cielo se tornaba negro y las estrellas resplandecían, recordaba que incluso cuando alguien ya no está, el amor puede seguir brillando.