La familia feliz. (de los 6 a los 10 años)
Psicól. David Salinas.
Tengo recuerdos muy gratos de mí familia cuando yo era un niño y me cuesta trabajo reconocer que muchos de los hábitos que teníamos, pudieran contribuir en gran medida a la construcción de este desequilibrio.

Sentarnos los fines de semana a la mesa para disfrutar de un rico desayuno o bien de una comida atractiva para el paladar, como los chiles rellenos, milanesas y pechugas empanizadas, entomatado, mole de olla, enchiladas, carne de cerdo con verdolagas, tostadas de pata, tinga, longaniza con nopales en salsa verde, carne molida, suadero, tripa y algunos otros platillos; difícilmente sobraba algo para la cena y mucho menos para el desayuno del siguiente día, pues, todos comíamos con gran apetito, sin dejar de lado el kilo de tortillas con el que acompañábamos esos guisados, nunca supe de alguien que dejara comida en el plato. A pesar de lo satisfechos que terminábamos al consumir el desayuno y la comida, casi siempre, íbamos a dormir con un poco de hambre porque básicamente ése, era el último alimento del día.
En aquél momento yo, el hijo menor de cuatro, mi papá y mi mamá, integrábamos esa hermosa familia nuclear, con domicilio al norte de la ciudad de México y afortunadamente todos gozábamos de buena salud física; mi papá el único proveedor, tenía un ingreso bajo y de lunes a viernes de 06:00 a 20:00 hrs. se dedicaba a sus actividades laborales (colocando la instalación eléctrica al interior de los vagones del metro) y al traslado que esto le representaba. Al contar con este tipo de ingreso, la mayoría del dinero se destinaba a satisfacer las necesidades básicas, quedando en segundo plano la recreación, de tal forma que, asistir al cine, a un parque, a un museo o visitar algún destino turístico, se volvía realmente complicado; sin embargo, tomar refresco, jugar y ver futbol, representaban por mucho las actividades recreativas.
Respecto a la forma en la que se expresaban las emociones al convivir dentro de la casa, la alegría se observaba al gritar un gol del equipo favorito, al cantar una canción bonita o al saber que íbamos a comer algo en particular, el enojo, a través de las discusiones que se generaban en la mesa, porque se resaltaba la falta de cooperación, mía y de mis hermanos en las actividades de la casa, pues, nuestra participación en esos deberes era mínima, siendo mi mamá la persona que atendía básicamente todas las necesidades de la casa y mi papá la apoyaba los fines de semana, sin embargo, los espacios al interior de la casa siempre lucían desordenados y saturados, pues guardábamos todo, cuadernos, libros, ropa, muebles en mal estado, trastes, y otros artículos como un refrigerador en el que mi papá guardaba herramienta, de tal forma que, mi casa no la veía bonita. A pesar de esto, había veces en que mi mamá estaba contenta aunque casi siempre estaba enojada, cansada o ambas. Otra emoción que se expresada particularmente por mi mamá, era la tristeza de ver las calificaciones obtenidas por mis hermanos mayores, pues casi siempre eran bajas y aunque uno de ellos, un tiempo mostró un buen desempeño, se resaltaba más la preocupación y tristeza por el desempeño de los otros dos. Hoy que lo recuerdo, sé que me causaba tristeza vivir en esas condiciones.
De acuerdo a lo expuesto, considero que la pepsi familiar, comercializada en aquel entonces en botella de vidrio, se convirtió en un elemento de gran importancia para mí “estabilidad emocional”, significaba satisfacción y hasta cierto punto bienestar, pues era muy gratificante el sabor del refresco combinado con los alimentos mencionados, tal parecía que lo dulce en la bebida, la combinación con lo salado y el picante de los alimentos, además de la presencia de mi familia y ver la televisión, se volvieron momentos de alegría y plenitud. Muy probablemente iniciaba a relacionar el consumo de lo dulce, con momentos de alegría, dejando de lado el miedo, la tristeza o el enojo. Iniciando con el dominio de un sabor y su relación con las emociones, como lo señala el Dr. López Ramos, las emociones desempeñan un papel importante en la construcción del cuerpo, y el espacio en el que se empieza dicha construcción es la familia, espacio en el que se instituye parte de la memoria corporal.[1]
[1] S. López, Lo corporal y lo psicosomático Aproximaciones y reflexiones VII, México, CEAPAC, Ediciones, 2011, p.235